18 de Julio y Julio Herrera apareció la primera “boite” llamada La Mezquita. Muy distinta a los cabarets de El Bajo porque ahí se escuchaba música europea además de los tradicionales tangos. Comenzó a tener entre su clientela a muchos “nenes bien” que en su penumbra se confundían con políticos figuritas repetidas. Uno de esos doctores de la Ley era fanático de los burros y una vez que su pingo ganó el Premio Ramírez, lo festejó en La Mezquita invitando a todo el mundo y colgó una foto del caballito que permaneció por años en la pared de esa primera boite montevideana. Después, allá por los años 60, en Carrasco apareció una competidora que se llamó Dominique. Su nombre era por una canción muy popular que por esos años cantaba una monja y que las radios pasaban a cada rato en sus programas. En esa pituca boite también podías escuchar temas del gran Georges Brassens y coparte hasta las lágrimas con la emotiva versión de “Las hojas muertas” en la voz de Ives Montand.
Dicen que esos discos los traía el embajador de Francia que visitaba muy seguido ese sofisticado local. Y muy cerca, hizo su aparición otra leyenda de la noche montevideana. Allá, en plena “curva del ensueño”, nació la mítica Chez Carlos. Tuvo una época en que contrataron estrellas como Silvie Vartan y Domenico Modugno que habían llegado para cantar ante las cámaras del nuevito canal 4. La gran Maysa Mattarazo llegó a ser figura habitual en Chez Carlos y en lo nacional estaba la exquisita Marly Vieira. Por el Centro surgieron Orfeo Negro y Bonanza, frente al Jauja, donde veías bien de al lado a Armando Manzanero y al chilenísimo Antonio Prieto. Por ibicuy y Soriano, estaba la boite más accesible en cuanto a sus precios y se llamó Barmo Club. Tenía el mérito de contratar para su show a talentos nacionales como el pianista Gerardo Spano, los cantantes Jimi Carlo, Julio Cheda y al propio Rada en sus inicios.
Los Martin Brotters hacían en Barmo Club sus bossas novas mezcladas con los primeros temas de los Beatles. Por Cuareim casi 18 de Julio, bajando una escalerita, llegábamos al sótano donde funcionaba Teluria. Cálido ambiente abierto a todos los bolsillos por más flacos que estuvieran. Si andabas medio en la llaga, te tomabas un vinito blanco de la casa y escuchabas a un misterioso personaje que todas las noches cantaba con su viola. Se llamaba Eduardo Mateo, ¿qué más podías pedir?. Por Mercedes casi Andes, estaba Anacapri, otro cálido reducto de aquella noche montevideana donde, entre música y poesías italianas, comías muy bien.
el texto de esta nota pertenece a la serie "Prohibido para Nostálgicos" de Luis Grene,,se publicaron en el diario La República de 1997 hasta el año 2010 todos los domingos de forma ininterrumpida y reflejaban el pasado de Montevideo en sus distintas facetas..
18 de Julio y Julio Herrera apareció la primera “boite” llamada La Mezquita. Muy distinta a los cabarets de El Bajo porque ahí se escuchaba música europea además de los tradicionales tangos. Comenzó a tener entre su clientela a muchos “nenes bien” que en su penumbra se confundían con políticos figuritas repetidas. Uno de esos doctores de la Ley era fanático de los burros y una vez que su pingo ganó el Premio Ramírez, lo festejó en La Mezquita invitando a todo el mundo y colgó una foto del caballito que permaneció por años en la pared de esa primera boite montevideana. Después, allá por los años 60, en Carrasco apareció una competidora que se llamó Dominique. Su nombre era por una canción muy popular que por esos años cantaba una monja y que las radios pasaban a cada rato en sus programas. En esa pituca boite también podías escuchar temas del gran Georges Brassens y coparte hasta las lágrimas con la emotiva versión de “Las hojas muertas” en la voz de Ives Montand.
ResponderEliminarDicen que esos discos los traía el embajador de Francia que visitaba muy seguido ese sofisticado local. Y muy cerca, hizo su aparición otra leyenda de la noche montevideana. Allá, en plena “curva del ensueño”, nació la mítica Chez Carlos. Tuvo una época en que contrataron estrellas como Silvie Vartan y Domenico Modugno que habían llegado para cantar ante las cámaras del nuevito canal 4. La gran Maysa Mattarazo llegó a ser figura habitual en Chez Carlos y en lo nacional estaba la exquisita Marly Vieira. Por el Centro surgieron Orfeo Negro y Bonanza, frente al Jauja, donde veías bien de al lado a Armando Manzanero y al chilenísimo Antonio Prieto. Por ibicuy y Soriano, estaba la boite más accesible en cuanto a sus precios y se llamó Barmo Club. Tenía el mérito de contratar para su show a talentos nacionales como el pianista Gerardo Spano, los cantantes Jimi Carlo, Julio Cheda y al propio Rada en sus inicios.
ResponderEliminarLos Martin Brotters hacían en Barmo Club sus bossas novas mezcladas con los primeros temas de los Beatles. Por Cuareim casi 18 de Julio, bajando una escalerita, llegábamos al sótano donde funcionaba Teluria. Cálido ambiente abierto a todos los bolsillos por más flacos que estuvieran. Si andabas medio en la llaga, te tomabas un vinito blanco de la casa y escuchabas a un misterioso personaje que todas las noches cantaba con su viola. Se llamaba Eduardo Mateo, ¿qué más podías pedir?. Por Mercedes casi Andes, estaba Anacapri, otro cálido reducto de aquella noche montevideana donde, entre música y poesías italianas, comías muy bien.
el texto de esta nota pertenece a la serie "Prohibido para Nostálgicos" de Luis Grene,,se publicaron en el diario La República de 1997 hasta el año 2010 todos los domingos de forma ininterrumpida y reflejaban el pasado de Montevideo en sus distintas facetas..
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